7 mar 2013

¿Por qué se da el suicidio?

La inconsciencia en el suicida 

Artículo publicado en Revista Logosófica en marzo de 1942 pág. 15


Si se toma la estadística de los suicidas se verá que la mayoría malogró sus vidas en plena juventud, entre los diez y siete y veintitrés años de edad. Muy contadas excepciones acaecen fuera de ese término. 


Se preguntará, sin duda, qué causas son las que influyen en el ánimo del joven que adopta tan irreparable actitud. Vamos a responder desde el punto de vista de las observaciones logosóficas

La criatura humana, durante ese período no se ha identificado aún con la vida, no ha despertado aún en ella el sentido de la responsabilidad; vive como ajena a la realidad de la vida misma. La protección paterna parecería excluir toda preocupación de sus deberes para con la sociedad y el mundo en que habita. A esa edad no ha aprendido todavía a resolver los pequeños problemas que sus propias necesidades morales le crean; no ha ensayado tampoco, las primeras lecciones de la temperancia y la reflexión. Supone que el primer pensamiento que acude a su mente es el único que existe para juzgar cualquier situación, y rechaza con no poca altanería todo razonamiento que los mayores le prodiguen con el objeto de auxiliar su incipiente juicio. Si tiene un amigo piensa que solo él es capaz de serle fiel; si un amor, que es el único que puede hacerle feliz, y sufre, a consecuencia de esta actitud mental y sentimental, amargas decepciones, que le llevan muchas veces a graves determinaciones, si algo superior a sus fuerzas no influye haciéndole cambiar de decisión. 

Lo que induce a este tipo de suicidas a consumar el crimen de su vida, es, generalmente, un resentimiento. 

Se piensa por ejemplo, en la pena inmensa que experimentarán padres, hermanos y amigos; se los quiere ver a todos afligidos otorgándole atenciones y dándole la razón que hasta ese instante se le negó o creyó se le negaba. Con los ojos de la imaginación embriagada  por la seducción de la tragedia, el joven ve que dejará de ser indiferente para ser recordado por todos, con llanto, desesperación y arrepentimiento; ve cuanto su hipertrofiada vanidad le hace ver. Pero no alcanza a ver, por haber sido cegados los ojos de su razón, que troncha toda una vida que pudo disfrutar y utilizar para labrar la propia felicidad. No ve que su desaparición nada implica para el mundo; que sus padres y familiares se consolarán al fin continuando sus días como cuando él vivía. Mas, ¿ y el crimen que comete, y los horribles tormentos que padecerá su alma en un purgatorio sin expiación, como podrá repararlos? ¿Quién es el ser humano para despreciar la existencia que Dios le concedió? Si cada presunto suicida pensara en esto, más de una mano se detendría y el corazón se sobrecogería de espanto.


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