12 mar 2013

Inconvenientes que acarrea la discusión

Las cosas en su lugar 



Artículo publicado en Revista Logosófica en junio de 1942 pág. 15


Con frecuencia llega a nuestro conocimiento que estudiantes incipientes de Logosofía sostienen discusiones con personas versadas en temas filosóficos, o con afilados sofistas, o aun con aquellos sutilizadores que, a semejanza de los escamoteadores, hacen desaparecer las cosas para colocar en su lugar figuras imaginarias que pueden tentarse por reales.
Con excepción de los primeros, y hasta incluyendo a algunos de ellos, estos señores imaginan sacar de un conocimiento logosófico, conejos, palomas y medias, que echan a correr y a volar a todos los vientos, mientras exponen estas últimas con aire de triunfo, como significando que son más útiles a los pies que a la cabeza. Y después de consentirse en posiciones irreductibles –que la prudencia, unas veces, y él poco cultivo logosófico del incipiente estudiante, otras, impiden contrariar–, manifiestan rotundamente haber fulminado a la Logosofía, o demostrado tal o cual cosa, etc. 

Con el sano y leal propósito de poner las cosas en su lugar y los puntos sobre las íes para que éstas sean latinas y no griegas, aprovechamos esta oportunidad que la circunstancia anotada nos ofrece, y declaramos que es una total ingenuidad la pretensión absurda de esos contenedores anónimos, al adjudicarse triunfos polémicos que están muy lejos de ser alcanzados, ya que para considerarlos como tales habrán de habérselas en última y definitiva instancia con el propio autor de la Logosofía, quién no dejará, por cierto, de contestar con al más absoluto dominio de lo que defiende, a cuanto mandoble se intente asestar a la vida. pujante que alienta cada una de sus enseñanzas. Por tanto, a él deben remitirlos, todos los que no se sientan capaces de silenciar el ataque falaz de semejantes polemistas. Es necesario neutralizar y aun anular los efectos de su dialéctica, con la palabra serena y convincente de aquel que puede certificar lo que habla frente al que se desliza hábilmente por el terreno de lo abstracto. 

A esas personas que adoptando poses quijotescas imaginan reducir al gigante a la figura de un mísero gnomo, podemos decirles aquella célebre frase: Los muertos que vos matáis gozan de buena salud; y agregar, que, sin darse ellos cuenta, se han extraviado vagando por los surcos que se hallan en las líneas de las manos del titán, mientras proferían anatemas que juzgaban aniquilantes. 

Nada tiene, pues, que ver la Logosofía, ni le alcanza en lo más mínimo lo que pueda expresar, acertado o no, cada uno de los que cultivan la enseñanza, del mismo modo que no puede de afectar al sol, el hecho de no se sepa defenderle frente a quien le menosprecia, evidenciando su primordialísima influencia sobre la vida de los seres, o, en escala infinitamente menor, un descubrimiento que beneficie a la humanidad, al igual que su descubridor, no dejarán de ser tales, porque no se atine a convencer de los méritos que tienen, a quien se obstina en negarlos. 

Por otra parte, no es posible pretender que discípulos incipientes, aun cuando sigan con todo entusiasmo el estudio del conocimiento logosófico, sean capaces de evacuar todo género de interrogante que uno u otro les formule a boca de jarro, porque ellos no constituyen la Logosofía misma ni la Escuela en sí, desde el punto de vista del saber esencial que anima la enseñanza. Es, volvemos a repetir, el creador de esa super ciencia, la autoridad máxima que puede responder preguntas y aplacar toda inquietud despertada por la fuerza incontrovertible de las verdades que enuncia. 

Con esto hemos aclarado, un concepto erróneo, y afirmado una vez más la inconmovible posición de la Logosofía.

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