15 feb 2013

Concepción logosófica de los estímulos

No deja de ser sugestivo 



Artículo publicado en Revista Logosófica en septiembre de 1941 pág. 13



Aunque parezca una suspicacia que excede a las comunes por su índole, no dejan de llamar poderosamente la atención ciertos hechos y ciertas tendencias de nuestra época que revelan bien a las claras cuál es el estado ambiente, o mejor aún, la aspiración común, la que si bien se tiene el especial cuidado de ocultar por una especie de recato personal y hasta colectivo, si se quiere, no por ello deja de manifestarse en múltiples sentidos. 


El hombre, por lo general, se mueve, acciona y realiza a impulso de determinados estímulos, que vendrían a ser sus agentes motores. Esos estímulos, no obstante hallarse al alcance de las posibilidades individuales, pasan inadvertidos para la mayoría, hasta el punto de ser necesario indicarlos a su entendimiento a fin de que los perciba y sienta el influjo de su influencia benéfica. 


Se diría, pues, que esa mayoría carece de estímulos, más por la fuerza de una costumbre que parecería ser innata en el hombre —la de esperar todo de los demás y no del esfuerzo propio, la de confiar en el azar o en esa providencia con perfume de hadas—, que porque tales estímulos dejen de existir en realidad. 

Ahora bien; esa aparente orfandad de estímulos hace que el ser sienta o experimente a menudo la necesidad de liberarse de la opresión que para él representa una vida monótona, sin mayores alternativas. Y mientras unos buscan disipar el hastío o llenar el vacío — ¡con cuántas cosas útiles y valiosas podría llenarse!— con distracciones y diversiones de toda especie, otros manifiestan de diferentes modos su predisposición a lo sobrenatural, a lo que esté más allá de lo humano. Así vemos, por ejemplo, que existe en los países en lucha una marcada tendencia a aparecer ante el adversario amenazando con esgrimir o utilizar "armas secretas", desconocidas, como si fuesen fabricadas con elementos de otro mundo, y como soldados a quienes se atribuye una fuerza invencible, superhumana, capaz de causar la estupefacción del enemigo. 


Vemos también que de un tiempo a esta parte, casi todas las historietas que se publican, y que son el deleite de un considerable número de lectores, niños y adultos (los últimos son los más), están hiladas en base a superhombres dotados de fuerzas extraordinarias, que realizan proezas estupendas, haciendo soñar al común de las gentes con poseer algún día iguales condiciones o cualidades, dignas de la admiración y el asombro del semejante. 

Encontramos lo mismo en las películas de dibujos animados donde aparecen hombres de fuerzas hercúleas, pero es posible que ello obedezca a que habiéndose humanizado tanto en esas proyecciones al animal hasta dotarlo del uso de razón, del habla y de todos los gestos característicos del ser humano, éste haya quedado colocado en situación bastante incómoda, siendo necesario, en consecuencia, elevarlo a la categoría de semidiós o superhombre, en cuanto a su potencia física. 


No deja, pues, de ser sugestivo ese movimiento mental hacia un pretendido ideal que, por lo mismo que es inalcanzable, exalta más la imaginación de cuantos coinciden en tal aspiración. 

Todo ese movimiento mental que, como hemos demostrado, se reproduce en diferentes sectores del pensamiento y actividad humana, muestra con irrefutable evidencia cuál es el estado de media humanidad. Parecería que no conforme con una existencia que no le proporciona los inefables goces que producen en el alma los cambios notables, el hombre alimentase cada día con mayor solicitud el pensamiento de ser algo superior; superior a todo lo vulgar que existe en el humano sentir. 


La Logosofía, con su riqueza de estímulos, viene a llenar ese gran vacío, conduciendo al hombre hacia el despertar de una vida que no es la común, llena de tristezas y limitaciones, sino otra, donde pueden hallarse colmadas las más extremas exigencias. Al tiempo que señala como absurdo poco feliz para el buen juicio, la ilusoria imagen de las creaciones antojadizas, advierte al hombre, con la elocuencia de sus cuadros experimentales, cuál es el camino a seguir para conquistar hasta las más altas expresiones de su humana naturaleza y de su escala mental. 


Si se admite, por ejemplo, que el hombre común, civilizado, es para el indio inculto, un superhombre, ¿por qué no se ha de admitir que un hombre dotado de un extraordinario saber también lo sea para el hombre común? 

Convengamos, entonces, en que la riqueza de conocimiento faculta al ser a vivir una vida que sólo en apariencia se asemeja a la vulgar, pues dista mucho de ella en cuanto a la amplitud, perspectivas, calidad y eficiencia de sus particularidades, sobre todo en el orden de las posibilidades conscientes. 

Nada puede ser más propicio a todos en estos momentos, que poner manos a la obra con miras a crear una nueva individualidad, cuyas necesidades vitales sean atendidas con el súmmum de los conocimientos que se prodigan al entendimiento del que cumple sus propias promesas en ese sentido, y podemos asegurar que si bien no llegará nunca a ser un Tarzán, un Patoruzú o un Espagueti, es muy posible que lo sea en lo concerniente a potencia mental, moral y espiritual, dentro del cuadro de las reflexiones que hacemos en este estudio.

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